Por Sara Mtz.
Está semana me aventuré a llevar a mi primo Teo de nueve años a una función del Ciclo de Clown en el Teatro Orientación, era jueves por la tarde y la lluvia comenzaba a caer de a poco en poco, mientras nosotros recorríamos la línea naranja del metro, esa que va de Rosario a Barranca del Muerto. Al bajar en nuestra estación tuvimos que preguntar -¿Dónde está la salida para el auditorio?- lo cual nos hizo recorres aún más escaleras. La gente con sus trajes y formalidades entraba a toda prisa bajando las escaleras y cerrando sus paraguas, al mismo tiempo que nosotros salíamos para rodear el auditorio y buscar el teatro.
Está semana me aventuré a llevar a mi primo Teo de nueve años a una función del Ciclo de Clown en el Teatro Orientación, era jueves por la tarde y la lluvia comenzaba a caer de a poco en poco, mientras nosotros recorríamos la línea naranja del metro, esa que va de Rosario a Barranca del Muerto. Al bajar en nuestra estación tuvimos que preguntar -¿Dónde está la salida para el auditorio?- lo cual nos hizo recorres aún más escaleras. La gente con sus trajes y formalidades entraba a toda prisa bajando las escaleras y cerrando sus paraguas, al mismo tiempo que nosotros salíamos para rodear el auditorio y buscar el teatro.
La verdad no tenía ni idea de lo que un niño de nueve años pudiera
pensar de una función de teatro como está y, para colmo, los boletos no estaban
numerados lo cual hizo que tuviéramos que esperar media hora antes de que
comenzara la función. Poco antes de dar la hora la fila comenzó a moverse y
entramos lentamente buscando una butaca lo suficientemente adelante para que el
chaparrito de mi primo pudiera ver.
Una vez sentados nos quedamos mirando al escenario, había un gran
tapete rojo en forma de círculo con un círculo más pequeño de color blanco
dentro. Estaba rodeado por objetos de toda clase: un mechudo para trapear, un
monociclo, un atril para partituras, una maleta negra y un pequeño acordeón. No
tuvimos que esperar mucho para que dieran la tercera llama. Mientras las luces
se atenuaban sin apagarse del todo yo miraba a mi primo para saber sí el inicio
del espectáculo le causaba algún tipo de emoción. Él siempre ha sido bastante
serio y propio, hasta un poco exagerado considerando que los niños de esa edad
suelen desbordar sus emociones sin
ton ni son. Pero decidí
esperar a ver que reacción tenía al comenzar todo.
Salió un hombre alto
pintado de payaso, con unos pantalones naranjas y un saco de cuadros amarillos
y cafés, que definitivamente no hacían juego con su sombrero de un gris normal.
No tardamos en darnos cuenta que el espectáculo sería con pura mímica, lo cual
solo acrecentó mi miedo a que mi primo odiará la función, ya que los únicos
payasos que conocía eran aquellos parlanchines que contaban chistes hasta que
no pudieran más.
Después de saludar a todos
con una gran caravana, el payaso, comenzó a tocar la armónica pero tuvo que
parar para buscar la forma correcta de armar su atril y lograr leer las
partituras. Lo anterior me hizo reír demasiado, aunque me asusté un poco ante
la seriedad de mi primo que al parecer era inmune al encanto bobo del payaso en
el escenario. Trataba de no entrar en pánico y pensar que solo debía darle un
poco de tiempo para que algo le pareciera chistoso, después de todo era la
primera vez que iba al teatro y también que veía una función de clown.
Pero todo cambio cuando
bajo en busca de un voluntario para bailar cha
cha cha, nos tomó por sorpresa cuando el payaso me eligió a mí y tuve que
subir, junto con otro caballero, y utilizar mi torpeza para tratar de seguir
las instrucciones no verbales del payaso. Una vez arriba del escenario y entre
tanta gente logré ubicar a Teo y estaba riendo mientras nos observaba hacer un
montón de cosas como bailar, tocar las maracas, esconderme del payaso y por
último despedirme.
Al regresar a mi lugar percibí a mi primo tan alegre que unos momentos
después el payaso pregunto por otro voluntario y el velozmente levanto su mano
para subir y representar a un toro. Lo que vi a continuación me hizo la noche. Era
un niño de nueve años que en su primera ida al teatro había actuado como toro
frente a muchísimas personas y no le había costado el más mínimo trabajo. Sinceramente
la mayoría de las personas odian la interacción con el público en este tipo de
eventos, pero él se veía tan feliz que no dude en olvidarme de lo demás.
La función no duro más de una hora pero valió cada esfuerzo y centavo
pagado. Mientras salíamos del teatro noté que mi primo estaba feliz, al menos
eso podía decirme una sonrisita que dejaba asomar de momento en momento. Después
esa sonrisa desapareció cuando súbitamente las ganas de hacer pipí lo inundaron
y tuvimos que buscar un rincón oscuro y apartado, a falta de baño, para que
pudiera cumplir con el deber. Aunque continuaba lloviendo no nos importó mucho
y caminamos mientras hablábamos de su increíble actuación en el escenario y nos
preparábamos para correré escaleras abajo y recorrer la ciudad con destino
dormir después de un largo día.
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